La doctrina del grind: NAPALM DEATH regresó a Buenos Aires #ReseñaReseñasShows (Así Fue) por Facundo Guadagno - 10/12/202510/12/2025 Uniclub tiene oficio para convertirse en toda una experiencia sonora cuando la banda indicada ocupa el escenario, pero lo del 5 de diciembre empezó a ponerse pesado incluso antes de entrar: 33 grados afuera, un calor espeso que ya condicionaba el cuerpo, ofreciendo así una experiencia… completa. Adentro, con la sala abarrotada, la temperatura pasó a ser algo inclasificable, una especie de atmósfera propia creada por cientos de cuerpos comprimidos. Antes del primer riff, el aire ya era un enemigo más. Ese clima, lejos de sabotear el show, terminó siendo parte esencial del impacto de NAPALM DEATH en Buenos Aires aquella noche de viernes en la que, por tercer año consecutivo, sus fieles fans se reunieron a recibirlos.La formación llegó con los dos históricos, Barney Greenway (voz) y Danny Herrera (batería), acompañados por John Cooke (guitarra) y Adam Clarkson, bajista de Corrupt Moral Altar y Coughin’ Vicars, incorporado para esta gira latinoamericana ante la ausencia de Shane Embury. Clarkson no solo cumplió el rol: se integró con una naturalidad sorprendente, aportando precisión, solidez y una presencia escénica que incluso sirvió para contener al público cuando el desborde amenazaba la primera fila. La química entre Cooke y Clarkson fue inmediata; parecían una unidad ya consolidada.Desde el arranque, con maravillas como «Pride Assassin» quedó claro que no iban a regalar respiros. «Amoral», «Cold Forgiveness» y «Retreat to Nowhere» fueron el ejemplo perfecto de como mechar clásicos inoxidables, épocas de antaño y temas más moderno. Con «Suffer the Children» llegó un pico violento y catártico: el pogo se volvió un solo organismo, sofocado por el calor y la acumulación de cuerpos, y la presión fue tanta que el bajo y el pie de micrófono terminaron en el piso. No hubo pausa ni queja: era parte del ritual.Barney estuvo particularmente verborrágico. Habló antes o después de casi cada tema, dejando pequeñas cápsulas de discurso que iban desde críticas sociales a observaciones sobre el clima, la política o el comportamiento humano. No eran monólogos extensos, sino incisiones certeras: por ejemplo, su defensa de las libertades individuales y con tiro directo a la religión —“si fueran tan santos o milagrosos, no tendrían por qué meterse en la elección sexual de nadie”. Al finalizar «Nazi Punks Fuck Off»soltó un seco “fuera la extrema derecha”, más cerca de una postura moral que de un slogan. Su presencia verbal fue parte estructural de la noche. Y entre tanta violencia sonora, se permitió incluso un momento de humor terrenal: ante el alud de cuerpos subiendo al escenario, pidió que por favor no treparan por los costados porque ahí están los pedales… “y son caros”, lo dijo riéndose, empapado en sudor y aceptando que el caos es parte de la experiencia. En uno de esos silencios microscópicos, mientras afinaba, Cooke dejó caer un guiño completamente inesperado. Murmuró “There’s somebody at the door” imitando esa mezcla peculiar entre el sketch norteamericano homónimo —un clásico del humor físico exagerado, puro slapstick teatral— y su reinterpretación británica en The IT Crowd, en el episodio “German Dinner Party”, donde Douglas Reynholm lo convierte en un gag ridículamente dramático. Cooke replicó exactamente esa cadencia híbrida, entre lo absurdo y lo exagerado. El contraste fue tan bizarro como perfecto: en un recinto porteño, con un público al borde del colapso térmico y una banda despedazando el aire, un chiste mínimo quedó suspendido entre él y Barney. Nadie más lo notó. Fue una suerte de glitch cultural incrustado en plena violencia sonora.Barney definió a NAPALM DEATH como una “unapologetically noise band”: una banda que no pide permiso para hacer ruido, que no suaviza ni explica. Y, sin embargo, dentro de ese ruido, todo fue un caos controlado. El sonido fue perfecto: la batería de Herrera sonó como una máquina calibrada milimétricamente, la guitarra de Cooke cortó con nitidez quirúrgica y el bajo de Clarkson sostuvo una base firme sin perderse jamás en el calor y la turbulencia.El tramo final con «Scum», «Fascist Control», y «Siege of Power» mantuvo el pulso en lo más alto. No hubo desgaste ni caída de energía; al contrario, el clima insoportable parecía volver todo más físico, más urgente. Herrera fue una fuerza de la naturaleza: cada golpe tenía intención, forma y claridad. El sonido general, sorprendentemente nítido para un recinto chico en condiciones infernales, fue uno de los grandes triunfos de la noche. Lo de NAPALM DEATH en Uniclub superó el campo referencial de recital: fue una experiencia corporal, una hora de resistencia compartida en un ambiente límite. Una noche de verano afuera, un infierno humano adentro, y una banda tocando con una convicción que no necesita justificación. Una velada donde el Grindcore dejó de ser un género para convertirse en una postura frente al mundo, como siempre ha pregonado esta histórica banda.Facundo GuadagnoRedactor en RocktambulosAntropólogo. Politólogo. Escritor.©Todas las fotos fueron tomadas por Frank Hernández para Rocktambulos / Todos los derechos reservados