Lecciones Violentas: EXODUS regresó a Buenos Aires #ReseñaReseñasShows (Así Fue) por Facundo Guadagno - 14/10/202514/10/2025 Hay regresos que no buscan reconciliarse con el pasado, sino recordarnos que el tiempo no los domó. Tal fue el caso de EXODUS, que volvió a Buenos Aires luego de tres años con una premisa tan clara como brutal: celebrar los cuarenta años de Bonded by Blood (1985), su debut fundacional y una de las piedras angulares del thrash metal. En una época donde los aniversarios suelen degenerar en marketing nostálgico, ver a los californianos reafirmar su origen con semejante convicción fue, paradójicamente, un acto de rebeldía.La noche comenzó con dos potentes exponentes locales. LÁZARO encendió los ánimos con un set sólido, de corte más contemporáneo, que sirvió de preámbulo ideal. Pero sería TUNGSTENO quien marcaría el primer momento memorable de la jornada: inesperadamente, dedicaron su show al recientemente fallecido Miguel Ángel Russo, DT histórico de Boca Juniors, cerrando con un tema donde los coros de “¡Y dale Boca!” retumbaron en el recinto con una mezcla de emoción futbolera y violencia de las brigadas metálicas. Ese instante, entre la devoción y el caos, funcionó como prólogo a la catarsis que vendría después.TungstenoCuando las luces se apagaron, una intro pregrabada de Paul Baloff, el legendario primer cantante de la banda fallecido en 2002, resonó en el recinto. Su voz, distorsionada y desafiante, funcionó como un llamado ancestral: una invocación al espíritu fundacional del Thrash. El público respondió con gritos y brazos en alto, y la banda irrumpió sobre esa atmósfera de homenaje con los primeros acordes de “Bonded by Blood”. Rob Dukes (voz), de regreso tras varios años, impuso presencia y potencia desde el primer grito. Su figura —corpórea, agresiva, imparable— encarnó la vieja escuela con una energía rejuvenecida. A mitad del set, el público empezó a corear al unísono “¡pelado, pelado!” y el cantante, entre risas y un gesto de camaradería inquebrantable, respondió: “¡Quiero fucking empanadas!”. El Teatro se vino abajo. Ese intercambio espontáneo condensó el espíritu de la noche: agresividad y humor, violencia y afecto, la comunión que solo el metal puede sostener sin ironía.El corazón del show fue la ejecución íntegra de Bonded by Blood (1985), interpretado con una fidelidad y vigor que sorprendieron incluso a los más escépticos. Clásicos como “Exodus”, “And Then There Were None”, “A Lesson in Violence”, “Piranha” y “Metal Command” sonaron afilados, corrosivos, exactos. La banda demostró por qué ese disco sigue siendo una biblia para todo el género: riffs en llamas, baterías que no dan respiro y un espíritu de urgencia que, cuarenta años después, todavía se siente peligroso.EXODUSPero… a veces hay «peros» que condicionan la noche. Aunque la energía fue innegable, el show estuvo marcado por un problema recurrente: un sonido disparejo. Las fluctuaciones de volumen, una batería sobredimensionada y guitarras que se perdían en la mezcla generaron un desequilibrio notorio, con bombo y bajo sonando tan fuertes que por momentos eclipsaban al resto de los instrumentos. Esta situación se evidenció sobre todo en los sectores laterales y traseros del recinto, esa zona no recomendada del teatro Flores donde el sonido rebota y la definición se pierde en una “bola” que devora los matices.Paradójicamente, esa misma potencia realzó la figura del implacable Tom Hunting, protagonista sonoro de la noche, que se erigió como columna vertebral de la presentación: precisa, poderosa y vibrante, con una pegada que atravesaba el pecho – literalmente -, sosteniendo a la banda incluso en medio del caos acústico. El carisma y la técnica de Gary Holt lograron imponerse, especialmente cuando sus solos emergían con mayor volumen y lo mismo podemos decir de Rob Dukes, quien también sufrió inconsistencias sonoras (su voz alternó entre momentos de claridad y desapariciones casi totales, a tal punto que debió pedir un cambio de micrófono), pero su actitud se impuso y el desempeño sobre el escenario fue notable. A su avanzada edad, cada uno volvió a demostrar por qué EXODUS es uno de los pilares del Thrash. Gary Holt – EXODUSMención especial para el mítico Gary Holt, quien junto a Hunting fue otro de los ejes de la noche. Entre risas, poses y descargas, el también guitarrista de SLAYER guió con su instrumento a la banda, con una naturalidad que solo puede tener quien inventó buena parte del lenguaje del Thrash. Las guitarras gemelas de Holt y Lee Altus sonaron -a pesar de todo- como una máquina perfectamente calibrada: entre armónicos, contrapuntos y riffs entrelazados, reconstruyeron el sonido que definió a toda una generación.En el tramo final, los guiños a “Raining Blood” (SLAYER) y “Motorbreath” (METALLICA) antes de “The Toxic Waltz” desataron la ovación más grande de la noche. No fueron simples homenajes, sino gestos de pertenencia: recordatorios de que EXODUS forma parte de ese linaje que forjó la identidad misma del Thrash estadounidense.El público lo entendió así: un mar de cuerpos en movimiento, pogos que no cesaron y una comunión que transformó la agresión en celebración con cantos de cancha y mucha felicidad. Cuando todo terminó, quedó la sensación de haber presenciado un ritual más que un concierto, y es que EXODUS no volvió para festejar una fecha, sino para reafirmar una idea: que la furia, cuando es auténtica, no envejece.Facundo GuadagnoRedactor en RocktambulosAntropólogo. Politólogo. Escritor.©Todas las fotos fueron tomadas por José Luis de Simone para Rocktambulos / Prohibida su reproducción / Todos los derechos reservados