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La muerte de Ozzy y la muerte del metal como lo conocemos. #Editorial por Facundo Guadagno

Hace cuarenta y cuatro años, KISS en Music From «The Elder» (1981), una canción hablaba de «un mundo sin héroes». Otra pieza, cantada por Ricardo Iorio pero compuesta por Roque Narvaja para un género sin relación alguna con el Rock y sus derivados, decía: «aunque esos niños salgan del colegio hablando de otros héroes, que los míos, ya son viejos».

El deceso de Ozzy Osbourne el pasado martes 22 de julio no solo trae congoja, sino que marca con más énfasis el fin inexorable de una generación y la ausencia de reemplazo. Recuerdo que durante una charla informal con el ensayista argentino-español, Blas Matamoro, un gran conocedor de música, me señaló que cada género llega a su pico y luego, se convierte en una parte más del repertorio. Sería absurdo decir que «el Jazz murió», pero desde ya, no tiene la popularidad que le cabía en 1950. Es innegable que el Heavy Metal atraviesa la misma fortuna. Además, lejos de significar algo profundo o distintivo, se comercializa como producto cultural cual zapatilla de colores llamativos. Más trágico aún, está muy lejos de ser algo similar a rebelión cultural.

La muerte de Ozzy señala el comienzo del final de una generación fundacional que transformó la música popular para siempre. No solo hablamos del Metal: los miembros de BLACK SABBATH, nacidos entre 1948 y 1949, pertenecen a la misma cohorte que los BEATLES, ROLLING STONES, LED ZEPPELIN y PINK FLOYD. Esta generación, que revolucionó la música entre mediados de los sesenta y principios de los setenta, enfrenta ahora su extinción biológica inevitable. Tony Iommi tiene 77 años, Geezer Butler 76, mientras que figuras como Paul McCartney (83) y Mick Jagger (82) desafían el tiempo, pero no pueden vencerlo para siempre.

El metal surgió de Birmingham como expresión directa de la decadencia industrial británica. John Michael Osbourne – hijo de un fabricante de herramientas en la General Electric Company, muy lejos del conservatorio musical – junto a sus compañeros de BLACK SABBATH articularon musicalmente lo que el sociólogo Richard Sennett describía como la «corrosión del carácter» en las sociedades post-industriales. Su sonido pesado no era pose estética, sino vocabulario natural de quienes vivían la descomposición del mundo obrero. En este sentido, el Metal original operaba como lo que Pierre Bourdieu llamó «capital cultural» de las clases trabajadoras: una forma de convertir la experiencia de clase en valor económico sin mediar las instituciones tradicionales de legitimación.

Paradójicamente, quienes creíamos inmortales también tienen fecha de vencimiento. METALLICA, formada en 1981, ve a James Hetfield y Lars Ulrich pasar los 60 años. Dave Mustaine de MEGADETH tiene 63, mientras que Kerry King de SLAYER acaba de cumplir 61. La generación del Thrash Metal, que pareció eterna en los ochenta, se acerca inexorablemente a la misma encrucijada biológica que sus predecesores. IRON MAIDEN, con Bruce Dickinson de 66 años, mantiene una actividad ecléctica que solo posterga lo inevitable.

Pero más allá de la mortalidad natural, lo que realmente murió fue el modelo de negocio que permitía que la autenticidad cultural se convirtiera en fenómeno masivo. Como documenta el historiador musical Simon Reynolds, el sistema de sellos discográficos, distribución física y medios especializados creaba un ecosistema donde la innovación genuina podía alcanzar audiencias globales. El metal funcionaba como industria cultural en el sentido más literal: producía cultura que generaba industria.

Hoy ese modelo colapsó. Las plataformas digitales han atomizado el consumo musical en nichos hiperspecializados donde la novedad se mide en semanas, no en décadas. Lo que Walter Benjamin identificó como pérdida del «aura» encuentra aquí su manifestación más clara: el Metal se reproduce infinitamente, pero ha perdido su capacidad de shock, su poder disruptivo original. Se ha vuelto commodity cultural, administrable y segmentable como cualquier otro producto de entretenimiento.

La transformación es evidente en la nueva producción musical. Los exponentes contemporáneos del Metal no surgen de condiciones sociales específicas, sino de algoritmos que identifican vacíos de mercado. La estética se mantiene, pero el contenido social se ha vaciado. Como señala Fredric Jameson en sus análisis del pastiche posmoderno, se reproduce la superficie sin el sustrato que la generó. El resultado es Metal que simula rebeldía, pero no rebela contra nada específico, ni tampoco alguien, o algunos, la canalizan.

Ozzy encarnó esta transición completa. Del joven que trabajaba en un matadero de Birmingham al patriarca televisivo que administraba su locura como entretenimiento familiar, su biografía resume el paso de la autenticidad de clase a la simulación marketinera. Su muerte cierra definitivamente la posibilidad de que figuras similares emerjan del anonimato proletario para conquistar la cultura global.

La realidad demográfica es implacable. En una década, habrán desaparecido la mayoría de los miembros fundadores de BLACK SABBATH, LED ZEPPELIN, DEEP PURPLE, JUDAS PRIEST. En dos décadas, será el turno de METALLICA, MEGADETH, SLAYER. No habrá reemplazos porque las condiciones que permitieron su emergencia ya no existen. El Metal sobrevivirá como forma musical, pero su capacidad de articular experiencias sociales genuinas se agotó cuando se integró completamente a la industria del entretenimiento.

Los nuevos «héroes» musicales, si es que emergen, tendrán que inventar lenguajes completamente diferentes para escapar a la captura inmediata del marketing algorítmico. El metal cumplió su función histórica como vehículo de expresión y ascenso para una generación específica de jóvenes de clase trabajadora. Con la muerte de Ozzy, esa época llega definitivamente a su fin. Lo que queda es nostalgia administrada, museo de una rebeldía que ya no puede reproducirse en las condiciones actuales de producción cultural.

Facundo Guadagno
Redactor en Rocktambulos
Antropólogo. Politólogo. Escritor.
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Un pensamiento en “La muerte de Ozzy y la muerte del metal como lo conocemos. #Editorial por Facundo Guadagno

  1. Excelente descripción, mostro. Sobre todo cdo querés explicar algo y no te salen las palabras exactas para describir una época. Genial poema. Felicidades… y el metal, x supuesto, q está más vivo q nunca

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