ROD STEWART en Buenos Aires: la elegancia del adiós #ReseñaReseñasShows (Así Fue) por Facundo Guadagno - 23/10/202523/10/2025 El aire de la noche porteña tenía algo de ceremonia. Miércoles 22 de octubre, un clima caluroso, húmedo, con alerta de lluvias, tenía esa mezcla de nostalgia y expectativa que solo despiertan los artistas que ya son parte del ADN del rock. En el Movistar Arena de Buenos Aires, el murmullo previo era un idioma compartido: generaciones cruzadas, padres e hijos, todos esperando volver a ver —probablemente por última vez— a un eterno, un indispensable: el enorme ROD STEWART en el marco de su tour de despedida de los escenarios.El reloj marcó las 20:00, cuando las luces se atenuaron y subió al escenario LUCAS EDI, encargado de abrir la jornada. Su presentación fue breve, concentrada y precisa. Con un sonido demoledor, centrado en una batería electrónica que funcionó como columna vertebral, ofreció exactamente lo que el momento requería: modernidad y elegancia. El artista argentino, que viene presentando su EP The Live Series, Vol. I (2024), combinó sensibilidad pop con una producción milimétrica y una impronta escénica sobria.El repertorio incluyó versiones de “Paint It Black” y “Like a Rolling Stone” —dos guiños directos al canon del rock británico y norteamericano—, muy bien recibidas por el público, y tuvo su punto más alto con una emotiva interpretación de “Bette Davis Eyes”, que motivó aplausos, emociones y un canto al unísono en todo el recinto. La conexión fue inmediata: un momento de comunión que confirmó a LUCAS EDI como una elección acertada para abrir una noche que prometía ser histórica. Minutos después, el murmullo se volvió silencio. En las pantallas apareció un mensaje que desató el primer aplauso colectivo:“Buenas noches, damas y caballeros. Es un placer estar de vuelta en esta magnífica ciudad de Buenos Aires y actuar para ustedes una vez más. La banda y yo estamos realmente emocionados. Que comiencen los buenos momentos y disfruten la velada. Con cariño, Rod y la banda.”A las 21:00 en punto, el Movistar Arena se sumió en la penumbra. Puntual, como una maquinaria británica, ROD STEWART apareció en escena. Toda la banda lucía un elegante vestuario dorado, uniforme y luminoso bajo los reflectores, mientras él contrastaba deliberadamente con un sofisticado saco animal print que parecía resumir su esencia: extravagancia medida, carisma y una ironía que el paso del tiempo no logró erosionar. Antes de arrancar, el propio ROD STEWART tomó el micrófono y advirtió, con una sonrisa cómplice: “This will be a two-hour show, so enjoy yourselves.” Fue la invitación formal al viaje que estaba por comenzar, una manera elegante de recordar que aún hay energía para rato.El repertorio fue un repaso minucioso de su carrera y sus obsesiones: el soul, el rock de raíces y la balada elegante. “You Wear It Well” marcó el inicio de un set impecable, seguida por “Tonight I’m Yours (Don’t Hurt Me)” e “It’s a Heartache” (Bonnie Tyler), donde ROD STEWART mostró que puede desplazarse entre la nostalgia FM y la emoción genuina sin perder elegancia.Uno de los momentos más celebrados llegó con “It Takes Two,” donde ROD STEWART desplegó un gran juego de voces con sus coristas, logrando un diálogo preciso y envolvente que elevó la interpretación a un nivel casi coral. La armonía entre su timbre curtido y las voces femeninas, limpias y luminosas, fue un recordatorio de que el carisma también puede medirse en términos de equilibrio sonoro. La noche también tuvo espacio para la energía pura. En “Young Turks,” ROD STEWART sorprendió con una vitalidad desbordante: resulta asombroso cómo, a sus ochenta años, encara con maestría una canción de timbre alto, sostenida por una banda en plena forma y una sección rítmica que mantuvo el pulso exacto del pop ochentoso. El público respondió de pie, bailando y cantando como si el tiempo se hubiera detenido, confirmando que el carisma del escocés sigue siendo un fenómeno intergeneracional.El sonido fue sencillamente perfecto: nítido, balanceado y con una mezcla de precisión quirúrgica y calidez analógica que realzó cada matiz de la banda. La batería golpeó con profundidad, los bronces brillaron sin saturar y la voz de Stewart se mantuvo siempre al frente, firme pero nunca estridente. Fue la clase de ingeniería de sonido que no se nota, pero que convierte un buen concierto en una experiencia irrepetible.Ya entrada la noche, el estadio se transformó en una pista de baile cuando sonaron los primeros acordes de “Da Ya Think I’m Sexy?”. Con su clásico tono pícaro y autoparódico, ROD STEWART revivió uno de sus himnos más hedonistas, acompañado por visuales de luces giratorias y una base rítmica impecable. Fue un guiño a los años de exceso, interpretado con la sabiduría de quien los sobrevivió.Pero la emoción alcanzó su punto máximo con “The First Cut Is the Deepest,” interpretada con un dramatismo sobrio que cruzó generaciones. En las primeras filas, varios ojos se nublaron; hubo lágrimas, abrazos y un silencio reverente que sólo interrumpieron los primeros acordes de “Forever Young.” Para esa canción, ROD STEWART reapareció luciendo un traje blanco inmaculado, símbolo de renovación y pureza, en contraste con el dorado inicial. La iluminación acompañó el gesto: haces de luz fría y un tono casi espiritual envolvieron la escena mientras el público coreaba con emoción.El momento se volvió aún más significativo cuando una marcha escocesa resonó en los parlantes, acompañada por un video alegórico que proyectaba imágenes del Celtic Football Club, el equipo de sus amores y emblema de identidad nacional. Fue una postal profundamente personal: el artista vinculando su orgullo escocés con un himno sobre la juventud, la familia y la permanencia. El público, conmovido, respondió con una ovación cerrada que transformó el estadio en una mezcla de celebración y despedida.El tramo central ofreció los momentos más sentidos: “Forever Young,” con su interludio celta, fue puro vértigo emocional; “Maggie May” —la joya de Every Picture Tells a Story (1971)— sonó como si el tiempo no hubiera pasado. Incluso en los covers más arriesgados, como “Downtown Train” (Tom Waits) o “I’d Rather Go Blind” (Etta James), su voz, más rasgada y menos precisa, conserva una autoridad que no se discute: es experiencia convertida en timbre.En esta última, ROD STEWART dedicó el tema a Christine McVie, de FLEETWOOD MAC, en un homenaje sobrio y sentido. La pantalla proyectó imágenes de la tecladista británica mientras las coristas acompañaban con un tono gospel que erizó la piel. Fue un momento de pura elegancia emocional, un tributo entre pares que condensó memoria, respeto y gratitud.Antes del cierre, las coristas tomaron el protagonismo con una emotiva versión de “Don’t Cry for Me Argentina,” acompañadas por la imagen de Eva Perón en las pantallas. El gesto fue mucho más que un guiño local: todo un símbolo cultural que recorrió el cine y la música, y que aquí sirvió como puente entre la historia argentina y la sensibilidad británica.Finalmente, “Love Train”, de the O’Jays, ofició de gran cierre y despedida. Con toda la banda al frente del escenario y una lluvia de globos multicolores cayendo sobre el público, ROD STEWART selló la noche con un espíritu festivo, casi ceremonial. Soul, alegría y gratitud se fundieron en una sola imagen: un estadio entero despidiendo a un artista que, incluso en su adiós, eligió celebrar la vida.A lo largo de una hora y cuarenta y nueve minutos, ROD STEWART ofreció un espectáculo que combinó precisión, emoción y carisma. A los 80 años, no canta para impresionar: canta para despedirse bien. Entre luces doradas, coristas que parecen salidas de otro tiempo y una banda impecable, brindó un repaso de catálogo que se sintió también como una lección de dignidad artística. No hay impostura ni artificio: sólo un hombre que sabe que ya dijo todo, y que lo hizo con estilo. Facundo GuadagnoRedactor en RocktambulosAntropólogo. Politólogo. Escritor.©Las fotos fueron tomadas por Gallo Bluguermann y Gabriel Sotelo y son cortesía de Move Concerts / Todos los derechos pertenecen a sus autores